Dentro de los tópicos más típicos
extendidos en la sociedad el que parece más asentado, asumido y normalizado es
el de que la mujer tiene la capacidad (biológica o no) de hacer varias cosas a
la vez.
Se dice que es una de las características
más visibles que le diferencian del
hombre. Mientras que él solo puede atender a una actividad cada vez, ella
consigue ser multitarea con cada objetivo que se propone, superando todo lo que
se le ponga por delante.
El mundo que de manera tradicional ha
rodeado a la mujer ha asumido con tanta naturalidad estas capacidades que se le
han atribuido, que cuando alguna de nosotras no las cumple parece convertirse
en una paria, alejada de la realidad, apartada y muchas veces hasta repudiada
por su entorno.
La mujer ha tenido que aprender a ser
hija, hermana, amiga, madre, esposa, abuela, ama de casa y profesional fuera de
ella. Pero además, se le ha exigido ser paciente, amable, cariñosa, educadora,
organizada, economista y directora del hogar, todo a la misma vez que hacía el
papel de psicóloga, enfermera, cocinera, costurera, jardinera y secretaria.
Estos múltiples empleos, ninguno de
ellos fáciles, los ha tenido siempre que combinar, entrelazar y mezclar,
atendiendo a todos por igual, y consiguiendo dar en todos el 100% de su esfuerzo, olvidando en muchas ocasiones
las responsabilidades que tiene consigo misma y su propio bienestar.
Pero la mujer perfecta, esa que llevan
siglos intentando representar en cada una de nosotras, no es real, no es más
que el sueño de aquellos ajenos a la realidad, a la igualdad y a la necesidad
de dotas a las mujeres, a nuestras madres, hermanas, vecinas o jefas del
respeto que merecen.
Seamos claros por una vez, la mujer
perfecta no existe. O mejor dicho, existe en cada mujer por sí misma, con sus
gustos, preferencias, nivel de actividad y capacidades.
Existe una mujer perfecta por cada
mujer en el mundo; una mujer perfecta en cada madre que sale tarde de trabajar,
en cada una de las que unen familia y carrera profesional y triunfan en ambos,
en cada joven que decide no tener hijos, en cada mujer que se alterna con el
resto de hermanos para cuidar a sus padres, y en todas y cada una de las
mujeres que día a día luchan por sus derechos, nuestros derechos.
Reivindiquemos juntos, hombres y
mujeres, el derecho a la decisión, a la perfección individual, en definitiva, a
la libertad.
Laura Paredes Periodista |
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